En el hospital de Roma se dedicó a ayudar y atender a otros enfermos, mientras buscaba su propia curación, pero en esa época adquirió el vicio del juego.
Fue expulsado del hospital y en Nápoles perdió todos los ahorros de su vida en el juego, quedando en la miseria.
Tiempo atrás, en un naufragio, había hecho a Dios la promesa de hacerse religioso franciscano, pero no lo había cumplido y así estando en la más completa pobreza, se ofreció como obrero y mensajero en un convento de los Padres Capuchinos.
Allí escuchó una charla espiritual que el padre superior les hacía a los obreros y sintió fuertemente la llamada de Dios a su conversión.
Empezó a llorar y pidió perdón por sus pecados, con la firme resolución de cambiar su forma de actuar por completo, tenía 25 años, recordó la agencia ACI Prensa.
Pidió ser admitido como franciscano, pero en el convento se le abrió de nuevo la llaga en el pie y fue despedido; ya en el hospital, se curó y logró que lo admitieran como aspirante a capuchino.
En el noviciado apareció de nuevo la llaga y tuvo que irse de allí también; de nuevo en el hospital de Santiago, se dedicó a atender a los demás enfermos, por lo que fue nombrado asistente general del hospital.
Dirigido espiritualmente por San Felipe Neri, estudió teología y fue ordenado sacerdote y en 1575, se dio cuenta que ante la gran cantidad de peregrinos que llegaban a Roma, los hospitales eran incapaces de atender bien a los enfermos que arribaban.
Fue entonces que decidió fundar una comunidad de religiosos que se dedicaran por completo a los hospitales.
San Camilo trataba a cada enfermo como lo haría a Nuestro Señor Jesucristo en persona y aunque tuvo que soportar durante 36 años la llaga de su pie, nadie lo veía triste o malhumorado.
Con sus mejores colaboradores fundó la Comunidad Siervos de los Enfermos el 8 de diciembre de 1591 que ahora se llaman Padres Camilos y murió el 14 de julio de 1614, a los 64 años.
Culminando su vida, visitó a sus enfermos en el hospital con estas conmovedoras palabras: "Hermanos, me sentiría dichoso de morir aquí entre vosotros… me voy con el cuerpo, pero os dejo mi corazón…".
Siempre antepuso el cuidado de los enfermos a cualquier otro deber aunque fuese con personas ilustres que acudían a él y si en ese momento se hallaba atendiendo a alguno de ellos, rogaba: "Decidle que tenga paciencia; estoy ocupado con nuestro Señor Jesucristo".
Benedicto XIV lo canonizó el 29 de junio de 1746.