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“Las aventuras con mi padre eran de pocas palabras, pero de grandes enseñanzas”, recordó “Kolla” el hijo de Atahualpa Yupanqui

También recordó que su “tata” le enseño los secretos, el mundo, las frases y silencios de los paisano como también “a apreciar lo que me rodeaba”. Sus palabras son en el año del centenario del nacimiento del creador de “El payador perseguido” que se realiza hasta el 8 de agosto en la Biblioteca Nacional.
Al ingresar a la antesala de la sala Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional lo primero que ve es la estampa campestre de cantor de folclore, Atahualpa Yupanqui y adentrándose un poco más se observa afiches, discos, escritos, premios, reconocimientos y su guitarra reposando sobre un poncho rojo que se exhibe en la muestra “Has de narrar” que conmemora los 100 años del nacimiento de “Don Ata”, mientras observo a un pequeño grupo de personas reunida alrededor de un televisor, como si fuera un fogón, para escuchar al payador y las enseñanzas que deja en sus palabras.

Una vez en la sala se inicia la proyección donde se ve al autor de la zamba “Tierra querida” de espaldas al gran Cerro Colorado junto a un árbol rasgando melodías de su guitarra a decir que Borges “era un hacedor de palabras, cuando no las había”.

Para recordar las andanzas por el terruño cordobés, su hijo Roberto “Kolla” Chavero recordó que su “tata” le hacia leer los “Cuentos de la Selva” de Horacio Quiroga provocando que su imaginación se expandiera “al ver las agilas que surcaban el cielo del monte por a la lectura de esos relatos”.

“Las aventuras con mi padre eran de pocas palabras, pero de grandes enseñanzas como el de ensillar bien un caballo y el rito de lo que es significaba”. “Me enseño a no abusar de mi potrillo, me retaba si me hacia el dominante y siempre me recordaba que tuviera respeto por los bichos del campo”.

Las anécdotas disparan recuerdos: los grandes bailes en el pueblo, a su padre bailando el gato o la chacarera, su primer petiso, las aventuras con sus amigos entre los recovecos del cerro y asombrarse de niño de aquellos hombres que tenían las manos ajadas, trabajadas por cortar la piedra.

“Todo esto que puede vivir fue gracias a mi padre que no quería que fuera paisano, pero me enseño sus secretos, su mundo, sus frases, sus silencios, a apreciar lo que me rodeaba. Si bien nací en Anchorena y Pueyrredón, mi existencia está en Cerro Colorado, allí aprendí a caminar en lo desparejo y allí dichosamente vivo”.

La muestra no se limita a los objetos que pertenecieron al creador de “El arriero”, sino también se dicta un curso a cargo de la profesora, María García Vinent donde se estudia y analiza “La palabra de Atahualpa Yupanqui”.

También se sumó al recuerdo del trovador, su amigo, Carlos Yema que lo evocó como “un maestro y un filósofo”, creador de un pensamiento original en lo propio y en lo argentino, con una belleza y justeza en sus palabras que generaba un silencio reverencial en sus recitales

Yema sintetizó que los mensajes de Yupanqui eran “verdaderos y de una legitimidad que muestra los valores de un pueblo, de sus paisanos, y agregó: “él fue protagonista de su obra y no un mero observador, porque antes la caminó”. Dijo que “a los amigos siempre les ofreció su palabra, su consejo, con algún reto, pero alentándolos”. “Honor y compromiso con la palabra era otra valor de su universo”, destacó.

“Criollo y auténtico en sus poemas y canciones que conformaban un código de ética que enaltece y dignifica al hombre argentino”.

Amado y odiado, enaltecido y aclamado por sus palabras, poemas y canciones. Atahualpa Yupanqui describió como ningún otro el sentimiento del paisano, del hombre de tierra adentro, del ser argentino. Recorrió el mundo con su guitarra al hombro que latía al ritmo de su corazón como lo describió en “Si me veis mirando lejos”: “Cuando inclino la cabeza para esconder una lágrima, yo voy viviendo lo que ordena la guitarra”.

Luis Viviant
luisv@elcomercioonline.com.ar

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