En efecto, la técnica de irradiación de alimentos se encuentra contemplada en el Código Alimentario Argentino (CAA) desde 1988 para la papa, los ajos, las cebollas, los espárragos, las frutillas, las especias y condimentos vegetales desecados y/o sus mezclas y los hongos de cultivo comestibles.
Según confirmaron a Télam fuentes de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT), la novedad consiste en que en las próximas semanas se incorporará al CAA el permiso de que esta técnica se utilice en otros tipos de alimentos como pescados y mariscos, aves, carne bovina, porcina, caprina, otras y sus productos (frescos y congelados), así como frutas y vegetales frescos, cereales y sus harinas, legumbres, semillas, oleaginosas, frutas secas, vegetales, frutas desecadas, hierbas secas, tés de hierbas, y alimentos de origen animal desecados.
"Esta tecnología posee más de 60 años de investigación y, como justamente involucra radiaciones y se sabe los temores que esto genera, ha sido sumamente estudiada por distintos organismos internacionales y comités de expertos en los cuales se investigó hasta el más mínimo detalle para determinar su seguridad", aseguró Horak.
Para la especialista de la CNEA "se sabe muy bien cuál es el efecto que esa energía va a generar por lo que nunca van a producir algún tipo de modificación que genere radioactividad en los alimentos. Primero, porque estas fuentes de radiación nunca toman contacto directo con los productos, y segundo porque las energías nunca van a ser tan altas como para modificar el núcleo del átomo del alimento".
Horak describió que "lo que hace la irradiación es interactuar con los microorganismos generando la fragmentación del ADN que es lo que permite que esos microorganismos se reproduzcan".
"Esto no sólo prolonga la conservación del alimento, sino que también actúa en forma eficaz para la eliminación de agentes patógenos, es decir causantes de enfermedades, como la escherischia coli, salmonella, cólera, listeriosis, etc", indicó Horak.
Gerardo Leotta, magister en Microbiología Molecular y miembro de la Red de Seguridad Alimentaria de CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), expresó que "el proceso de ampliación de la técnica a otros alimentos se viene estudiando desde hace ya varios años para establecer con seguridad qué niveles de radiación son aceptables".
"Si se ha resuelto la aprobación es porque hay estudios previos y evidencia científica que garantiza su seguridad, es decir, que no puede hacer ningún daño. Además se sabe exactamente qué tipo de radiación y en qué 'dosis' para cada caso", señaló Leotta.
Por su parte, Adriana Contarini, licenciada en tecnología de alimentos e integrante de la Cátedra de Soberanía Alimentaria de la carrera de Nutrición de la Facultad de Medicina de la UBA, indicó que "cada vez que se producen cambios en el CAA es importante pensar cuál es el verdadero objetivo; siempre que se utiliza un método de conservación el argumento es superar la estacionalidad de los productos; sin embargo, pareciera ser que prima el aspecto comercial que es el aumento de la rentabilidad del productor".
"Siempre que se alarga la 'vida útil' de un alimento hay una consecuencia. Cuanto mayor es el tiempo que pasa desde la cosecha o bien desde el sacrificio del animal, menor será la cantidad de nutrientes que se hayan conservado. Y lo que vemos es que cada vez se lleva más al límite esa 'necesidad' de extender los vencimientos", sostuvo Contarini.