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Brasil y Argentina empataron sin goles

Brasil y Argentina empataron sin goles
Los seleccionados que dirigen Dunga y Basile, respectivamente, se respetaron demasiado y no se sacaron ventaja. Jugaron en el estadio Mineirao, por las eliminatorias para el Mundial de Sudáfrica.
El partido se jugó en un colmado estadio Mineirao, de la ciudad de Belo Horizonte, con un buen arbitraje del colombiano Oscar Ruiz.

Tanta expectativa, tanta pasión para que ninguno de los dos equipos se animaran a ganar. Este Brasil de Dunga debe ser uno de los peores de la historia. Y esta Argentina, de Alfio Basile, uno de los seleccionados más cautelosos y “resultadistas” de los últimos tiempos.

Temeroso como en pocas oportunidades, esta vez el “Coco” Basile mandó a la cancha un equipo luchador, con una línea de cuatro en el fondo, tres volantes con la premisa de marcar en el medio y dejó en ataque todo librado a lo que pudiera inventar un solitario Lionel Messi.

En el comienzo del partido sorprendió la forma temerosa en la que salieron a jugar los dos equipos, estudiándose sin arriesgar y pensando más en defender que en atacar, como si les pesara lo que les sucedió en sus encuentros anteriores.

Pero de a poco Brasil se fue soltando, no mucho, pero lo suficiente como para hacerse dueño de la pelota y generar las mejores situaciones de gol.

La más clara la tuvo dos veces Julio Baptista, quien ingresando al área quedó mano a mano con Roberto Abbondanzieri, pero su remate hizo lucir al arquero y en el rebote salvaron entre Fernando Gago y el propio “Pato”.

Parecía un aviso serio de lo que se vendría, pero los dirigidos por Dunga no apretaron el acelerador y siguieron jugando a un ritmo cansino y apostando todo a alguna corrida de Robinho.

Esta situación molestó claramente a los torcedores, quienes desde las tribunas comenzaron a reclamarle al seleccionado brasileño más juego.

Por el lado del seleccionado argentino poco y nada, sólo las ganas de Gago, quien además de marca le dio cuando pudo juego al equipo, pero no encontró compañía.

Si bien esta vez se pudo observar a un Juan Román Riquelme mucho más movedizo, el talentoso jugador de Boca no entró nunca en ritmo, no se llevó bien con la pelota, que es lo que mejor hace, y nunca llegó a pesar en el partido, en la primera etapa.

Mientras tanto en el primer tiempo pasaba poco y nada, salvo una corrida de Robinho, quien se enredó solo cuando quedó mano a mano con Abbondanzieri, y una sobre el final de Messi, quien entrando al área remató cruzado muy desviado, con el empate en cero se fueron al descanso, con todos disconformes.

Y en el arranque del segundo tiempo nada cambió, porque los dos seguían sin arriesgar y se sabe que en el fútbol, pese a lo que se quiere imponer, el que no arriesga no gana.

Cuando Argentina despegó a sus volantes, sobre todo a Jonás Gutiérrez, de aceptable partido, amenazó con generar peligro y a los once minutos tuvo su mejor chance en los pies de Julio Cruz, quien casi dentro del área chica, sin marca, con la pelota picando, tiró la pelota por sobre el travesaño.

A partir de esa situación creció Riquelme en el juego, cambiando la pálida imagen del primer tiempo y con él también empezó a desequilibrar más Messi, todos siempre bien respaldados por el trabajo de los volantes, que fueron de lo mejor del seleccionado argentino, porque Mascherano quitó mucho, Jonás aportó un ida y vuelta, y Gago siguió con su criterio habitual.

Para colmo los brasileños comenzaron a ponerse nerviosos, más cuando Dunga sacó a Adriano de la cancha, algo que le valió la reprobación de toda la cancha, que quería más delanteros en cancha. Ellos querían ganar y para eso sabían que no quedaba otra que arriesgar. Pero su técnico, como Basile, se mostró atado por el temor.

Sobre el final Messi tuvo la victoria, pero salvó el arquero y al minuto Basile mandó a la cancha a Rodrigo Palacio, para hacer tiempo y por cábala, por el hombre del Barcelona.

Cuando ingresó Agüero por Cruz Basile buscó ser más punzante y cuando sobre el final entró Battaglia por Riquelme el técnico resignó la oportunidad de ganarle a un Brasil perdido e insultado por su público, para rescatar un punto, que sirve y que suma, pero que en el juego no deja absolutamente nada.

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