Aún no repuesto del impacto provocado por el salvaje bombardeo a una ciudad abierta que parecía surgido de los peores momentos de la Guerra Civil Española, el presidente Perón trató de apaciguar los ánimos buscando una reconciliación; los autores e ideólogos de la masacre recibieron penas menores, con excepción del cabecilla, general Toranzo Calderón, condenado a una prisión perpetua que nunca se hizo efectiva.
El bombardeo se había realizado bajo la consigna Cristo Vence y contaba con el apoyo de las altas jerarquías católicas, por lo que esa noche grupos de exaltados tomaron por asalto y prendieron fuego a la Curia Metropolitana, las catedrales de Santo Domingo y San Francisco, junto con otras ocho iglesias.
La indiferencia policial ante estos sucesos, el propósito gubernamental de silenciar el bombardeo hasta el extremo de no volver a mencionarlo en ningún acto oficial y una hábil maniobra de manipulación informativa crearon una sensación de escandalizado horror ante el incendio parcial de los templos y una completa indiferencia, y hasta ignorancia, respecto al asesinato de 370 ciudadanos y las gravísimas heridas recibidas por otros 800, en una acción que en la actualidad está siendo investigada como delito de lesa humanidad.
Para darse una idea de la dimensión del episodio, cabe recordar que en el bombardeo a la ciudad vasca de Guernica, que tuvo lugar el 26 de abril de 1937 y aún sobrecoge a la Humanidad, perdieron la vida no más de 150 personas, según han establecido Vicente del Palacio y José Angel Ttxaniz, investigadores de la asociación Gernikazarra.