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La gota y la piedra

Tan extraña como preocupante es la situación generada por los índices de costo de vida, envueltos en una constante polémica desde que los cálculos oficiales comenzaron a estar condicionados por influencias políticas que, ya no cabe ninguna duda, los fueron alejando de la realidad.

Opinión - por Luis Tarullo
Ya nadie niega, ni siquiera desde la propia administración, que hay inflación y que, si bien los guarismos están por debajo de otras épocas que es preferible no recordar, cada aumento de precios es como la gota que se desploma permanentemente sobre la piedra, desgastándola sin compasión.

En este caso, los más afectados, como siempre, son los bolsillos y las economías menos pudientes, aunque indudablemente el problema es general, pese a que algunos, por un determinado interés, pudieran interpretar una influencia fragmentada o parcial de ese flagelo y volver a plantear vetustas antinomias, discriminando caprichosamente entre estamentos sociales por, por ejemplo, puntuales hábitos de consumo.

Las carnes magras, el aceite de oliva, las leches con complejos vitamínicos especiales, determinadas verduras y legumbres, los lácteos y derivados descremados, las aguas minerales, las mermeladas dietéticas, los panes especiales y así un sinfín de alimentos que no suelen estar entre los más económicos ya no son, a esta altura de la historia, patrimonio de imaginarias oligarquías.

Más aun, son productos que, en muchísimos casos, deben ser consumidos por cuestiones de salud, incluso por segmentos con ingresos cercanos al subsuelo, como los jubilados, quienes, dicho sea de paso, siguen esperando, gobierno tras gobierno, que sus haberes entren en el territorio de la dignidad y la justicia merecidos después de toda una vida de trabajo.

Las pruebas son irrefutables: si el salario mínimo, vital y móvil para una persona activa no puede bajar de 1.500 pesos y las canastas básicas para consumos elementales siguen aumentando, está todo dicho.
Si de ingresos se habla entonces, la palabra inflación está en todas las mesas de negociaciones paritarias, que continúan avanzando. El nuevo acuerdo importante conocido en los últimos días fue el de Luz y Fuerza de la Capital, que pactó con el sector empresario un 22 por ciento de incremento.

Claro que su mandamás, el "gordo" Oscar Lescano, siempre tiene reservada la bala de plata, cual es una revisión del acuerdo tendiente a establecer nuevas mejoras en caso de que el costo de vida degluta el incremento, como innegablemente ha venido ocurriendo en los últimos tiempos en todas las actividades.

Anteriormente, los trabajadores del transporte recibieron un aumento del 20 por ciento, con la condición de revisarlo en el mediano plazo.

Estas tratativas que van concluyendo por ahora, están mostrando así que hay una carta que empieza a tener importancia en el mazo laboral: el acuerdo corto. A lo que se le suma otra en varios casos, que es la demanda de porcentajes mayores a los que se barajaron inicialmente. Si bien los dirigentes influyentes plantearon en principio la necesidad de discutir aumentos en derredor del 25 por ciento, hay actividades en las que los gremialistas están pidiendo ajustes de, por ejemplo, 30 por ciento.

La combinación de ambos elementos -acuerdo menor a un año y mayor porcentaje- es otra muestra cabal de la existencia y la influencia de un alto incremento del costo de vida, específicamente en el rubro sueldos.
Pese a las precauciones iniciales recomendadas desde las diversas cúpulas, ya nadie se escandaliza, habida cuenta de que los precios ganaron una gran porción de terreno en detrimento de los haberes, lo cual implica también la construcción de "colchones" por parte de diversos sectores empresariales.

Y la mejora del poder adquisitivo de los ingresos es fundamental para mantener vivo el movimiento de la rueda económica y, por supuesto, permitir a los asalariados poder seguir afrontando sus gastos sin tener que continuar resignando consumos o gastos imprescindibles para la subsistencia individual y familiar.

En este marco, el jefe de los camioneros y de la CGT, Hugo Moyano, se reserva un turno de privilegio para anunciar la firma de su acuerdo que, según lo anticipó, tendría que ser a mitad de año.

Amén de que para entonces espera que haya un nuevo Mínimo no Imponible que ponga los generosos salarios de sus representados a resguardo del Impuesto a las Ganancias, para esa época también estarían cerrados varios acuerdos y, si consigue un porcentaje superior al resto, no producirá un arrastre o reacción en cadena de sus colegas como si lo firmara en este momento.

Pero en el sector sindical, aunque parezca increíble, al tiempo que se negocia la actualización salarial de este ciclo ya se está pensando en cómo encarar las próximas tratativas, que deberían darse en un clima de creciente efervescencia por las elecciones presidenciales de 2011.

De allí que esta circunstancia también es motivación para los acuerdos breves, porque de tal manera podría haber una rediscusión antes de esa etapa de convulsión tradicional de la política en los procesos preelectorales.

Sin embargo, aunque la cuestión salarial hoy se lleva las palmas, hay otras preocupaciones de los gremialistas. Hasta los oficialistas están reconociendo públicamente que va tomando cuerpo la demanda al Gobierno de que les restituyan dinero a las obras sociales. Según el cálculo gremial, a los entes de salud sindicales les pertenecen a esta altura ya casi mil millones de dólares, que consideran que la administración tiene bajo su pie en las arcas públicas.

Por ello están evaluando de qué manera se intensificará el planteo e incluso si hasta será tema central de a agenda que llevarán a la presidenta Cristina Fernández en una reunión inminente. Un punto que se suma a otras reclamaciones, como la elevación de los montos salariales no imponibles para la deducción del Impuesto a las Ganancias, para lo cual han elaborado su propio proyecto que, según versiones, el Gobierno podría hacer suyo para impulsar su aprobación.

De todas maneras, los esfuerzos principales por ahora siguen enfocados en la recuperación de los sueldos, por lo menos para que haya un alivio transitorio del efecto de la inflación, que, como la gota a la piedra, los horada impiadosamente.

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