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Estalló el grito de "campeón" que la barriada Banfileña guardó en 113 años de vida

Explotaron al fin gritos postergados durante más de cien años en el rincón sureño de Banfield, terruño levantado por ferroviarios ingleses que abrazaron primero el cricket y que hoy se desgañitan por el fútbol prolijo y los goles del sorprendente uruguayo Santiago Silva, protagonista excluyente en el valet conducido por Julio Falcioni.
Salió eyectado al fin ese grito que estuvo a punto de extirparse de las gargantas de quienes hoy peinan canas, tras aquella definición amarga de 1951, cuando no pudieron Gustavo Albela, el Cholo Converti o Eliseo Mouriño.

Aquella vez fue el Racing tricampeón que puso la lápida a aquella ilusión ya verde y blanco, colores de origen difuso y discutido que sucedió al marrón y oro viejo bien ferroviario de la estación que construyó la guía de Edward Banfield, el primer gerente del Gran Ferrocarril del Sur.

Aquel gol de Mario Boyé que cortó las manos que se preparaban a acariciar el primer título pusieron a Racing como el gran fantasma, ese que volvió a hacer sonar sus cadenas hace menos de un mes cuando le ganó 2-1 en el Florencio Sola y vio cómo Newell's pasaba a tener en sus manos el dominio de la punta en la recta final.

Pero otro chico sureño, Arsenal le dio la mano inimaginada una semana atrás y bajó al gran candidato en el Parque Independencia y le devolvió la manija de la definición.

Volvió a sufrir Banfield en La Bombonera, pero tempranamente San Lorenzo hizo acallar los susurros temerarios de Newell's en Rosario. Atrás quedaron años de vaivenes, de los ingleses que dejaron al club pleno de ausencias cuando fueron a poner el pecho por su reino a la guerra del '14. Descuentos de puntos, ascensos y descensos a lo largo de un siglo.

Entre sus dolores institucionales Banfield, su presidente por décadas Florencio Sola fue sancionado de por vida por supuesto soborno aunque luego amnistiado por la AFA y reivindicado más allá de su existencia al bautizar a su estadio con su nombre.

Tuvo alegrías en el fútbol de primera como aquella goleada de 13 a 1 sobre Puerto Comecial de Ingeniero White en el viejo Nacional del 74, con siete del Juanchi Taverna. Y el orgullo de ser llamado Taladro, ofrendado por el diario Pampero en el derrotero del siglo XX. En la miscelanea sureña, Banfield soportó cómo el rival de los últimos años, Lanús, celebraba hace apenas dos epílogos primaverales, su primer título en el fútbol grande.

Masticó la bronca de no ser como aquel equipo de don Ramón Cabrero, un español que se afincó en Lanús desde los cinco años, le entregaba la gloria con un futbol fresco. Como Lanús, Banfield dejó en el camino a los grandes -salvo a Racing-, que suelen rasgarse las vestiduras cuando pasan dos o tres años -no 113 como le ocurrió a los verdiblancos- sin ganar un título.

Sin tanto floreo pero con un equilibrio que el resto de sus contendores envidiaron más la explosión del uruguayo Silva, taladrador de arcos rivales pese a su ausencia en la red boquense, los festejos se trasladaron a otro rincon del sur, en Peña y Arenales, es decir en Verde y Blanco.

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