Basada en el exitoso musical de Broadway de Stephen Sondheim y Hugh Wheeler, la película describe una vieja leyenda inglesa del siglo XVIII sobre un barbero vengativo y una cantinera (Helena Bonham Carter) que se asocian para servir pasteles hechos con la carne de sus víctimas.
En realidad, Sweeney Todd es el nombre que el barbero Benjamín Barker adoptó luego de ser detenido injustamente y separado de su esposa y de su hija recién nacida, por decisión de un ambicioso juez encarnado por Alan Rickman, que quería sacarlo del paso para quedarse con ellas.
Tras 15 años de exilio, en los que recorrió el mundo como un marinero, Todd regresa a Londres -un agujero pestilente donde se vuelcan las peores miserias humanas- con la obsesión de vengarse de ese juez y todos aquellos que lo alejaron de la felicidad y lo convirtieron en el monstruo que es.
En complicidad con la dueña de una tienda de pasteles de carne decadente, que funciona en el mismo edificio donde él vivía con su esposa antes de ser desterrado, el barbero comienza con su carrera de degüellos y le entrega los cadáveres de sus víctimas a su socia para que los use de relleno para sus tartas.
Esta es la sexta vez que Burton y Depp trabajan juntos, ya que lo habían hecho antes en "El joven manos de tijera" (1990), "Ed Wood" (1994), "La leyenda del jinete sin cabeza" (1999), "El cadáver de la novia" (2005) y "Charlie y la fábrica de chocolate"
(2005).
Pero si en todos esos filmes abordaron con cierta ternura las historias tristes de personajes extraños y solitarios, marginados por la hipocresía social, en "Sweeney Todd: el barbero demoníaco de la calle Fleet" no existen indicios de humanidad ni esperanza, sino que reinan únicamente la crueldad y la muerte.
Se trata de una tragedia que apabulla al espectador y a sus personajes con una sumatoria interminable de muertes y desgracias, donde el protagonista no tiene chances de redención, sino que todo lo conduce a la más profunda e irrevocable de las tristezas.
La belleza fría de las imágenes y la maestría formal de los encuadres, la fotografía, el vestuario, la escenografía y el maquillaje no alcanzan para mitigar el dolor y el espanto que producen las desventuras de Todd, un asesino que promete a sus víctimas una "afeitada" perfecta.
El género musical le sirve a Burton para concentrar una gran cantidad de informaciones importantes en cada uno de los cuadros cantados, pero además para marcar el ritmo del relato y generar pequeños quiebres en los que el tiempo y la realidad parecen detenerse para dar paso a una dimensión casi onírica.(Télam).
